martes, 19 de mayo de 2009



RESEÑA

INICIOS DE LA CULTURA DE LOS INDIGENAS

Cuenta la leyenda que, Are, el supremo creador del territorio y pueblo de los Muzos, un dios fabuloso y aéreo en forma de una inmensa sombra inclinada, asomó por los lados del gran río Magdalena, atravesando en lento paso la inmensidad del espacio y según la mayor o menor detención de su movimiento, iban surgiendo montañas y valles.
"Are se detuvo a las orillas del sagrado río y de un puñado de tierra formó los ídolos que llamó Fura (mujer) y Tena (hombre) que arrojo luego a la corriente, en donde purificados por los besos de la espuma, tomaron aliento y vida, siendo ellos dos los primeros seres del linaje humano". El amor debía ser único y exclusivo entre los dos, regla que violada por la Infidelidad, traería para ambos la vejez y muerte. Cuenta la leyenda que por muchos siglos de la pareja estar poblando la tierra, por los mismos lados del río (occidente) por donde apareció Are, llego un hombre joven de extraña raza, llamado Zarbí, en busca de una flor privilegiada que tenía en sus perfumes el alivio a todos los dolores y en sus esencias, el remedio a todas las enfermedades.
El mancebo vagó muchos días recorriendo montañas, Cruzando ríos, trepando árboles en búsqueda de la preciada flor, hasta cuando Fura, conmovida por los fallidos esfuerzos, se ofreció a acompañarle.
Con el correr de los días, el sentimiento entre los dos fue cambiando, transformándose en amor hasta cuando encontraron en la selva la ocasión propicia para la infidelidad. La acusación de su conciencia volvió a Fura triste y con la tristeza le llegaba diariamente la vejez, prueba irrefutable de su falta.
Tena comprendió entonces que la sagrada ley del único y exclusivo amor había sido violada por Fura y que debía morir. La infiel, en castigo, tendría que sostener en las rodillas, durante tres días el cadáver de su esposo para así regar con lágrimas los despojos, mirar y sufrir todo el proceso horroroso de la descomposición humana.
Tena afiló cuidadosamente su macana y recostado sobre las rodillas de Fura se atravesó el corazón. Antes de la ausencia eterna, Tena buscó su venganza y en lejanas tierras convirtió a Zarbí en un desnudo peñasco para así poder flagelarlo con ramales de rayos desde la mansión solar, cielo de los Muzos.
Zarbí, sin embargo, pudo defenderse: se desgarró las entrañas
Transformando toda la sangre en un torrente de agua que fue a inundar la tierra de los Muzos, y al contemplar a Fura con el cadáver de Tena en sus rodillas, más torrentosas se volvieron sus aguas que enfurecidas se estrellaron contra los esposos aislándolos para siempre y dejándolos frente a frente convertidos en dos peñascos que cortados a tajo se miran todavía separados por la atropellante corriente.
Ante la muerte de Tena, dice la leyenda, "inmenso fue el dolor de Fura... sus gritos de dolor al perforar en ecos la quietud de la selva, reventaron convertidos en bandadas de multicolores mariposas y sus lágrimas, sus torrentes de lágrimas, se fueron transformando al beso del sol en una cordillera de esmeradas".
Fura y Tena fueron finalmente perdonados por el dios Are, quien les puso para vigilar los peñones "una guardia permanente de tempestades, rayos y serpientes", y permitiendo que sean siempre las aguas del río Minero, "sangre de Zarbí las que descubran, clarifiquen, laven y abrillanten las esmeraldas de Muzo, lágrimas de la infiel y arrepentida Fura".

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